Protagonista María Luisa San José
La mítica actriz María Luisa San José recibe hoy el Premio Ciudad del Paraíso por ser un icono del cine de la Transición que abrió la puerta a tiempos mejores
TAMARA HARILLO
Enhorabuena por este reconocimiento que el Festival de Málaga le entrega por su incalculable contribución a nuestro cine. ¿Qué sintió al enterarse?
Ay, pues mucha felicidad y una sorpresa absoluta, porque no me lo esperaba. No tengo suficientes palabras para expresarlo, porque porque una piensa si habrá hecho lo suficiente para merecerlo cuando llegan estos momentos. La verdad es que saltan muchas dudas.
¿Dudas de qué tipo, María Luisa? Con su carrera...
Sí porque yo en realidad tengo mucho pudor con todo y me sobrepasa. Supongo que lo mereceré, pero solo por los años que llevo.
Estos premios nos obligan a echar la vista atrás y hacer balance de nuestro recorrido. ¿Qué diría del suyo?
Pues que ha sido una carrer larga y frondosa. Quizá no sencilla, pero sí muy hermosa. El público desde fuera solo ve los sueños realizados y la parte deslumbrante, pero detrás hay mucho trabajo, muchos madrugones y muchos sacrificios. Pero es lo que yo he elegido, así que lo he sobrellevado muy bien.
Remontémonos entonces al Lavapiés de los años cincuenta, cuando solo era una niña. ¿Ahí ya sabía que quería ser artista?
Desde muy chiquitita, sí. Soy la única de tres hermanas que se ha dedicado a esto. En mi familia no había referentes artísticos, excepto mi padre, que era un amante del flamenco. Los domingos se reunía con amigos a cantar y tocar la guitarra, y yo me soltaba a bailar. Los amigos decían que tenía madera. En el barrio, me gustaba disfrazar a mis hermanas y dirigir a los niños. En el colegio, la directora me elegía para los mejores papeles. Íbamos al cine con mi madre, y yo soñaba con ser como las grandes actrices de la época, una Lana Turner o una Marilyn Monroe. Con 17 o 18 años, me presenté a La Casta en la verbena de la Paloma y a partir de ahí despunté. Hice trabajos para publicidad y en la radio. Y antes de esto, había trabajado en un laboratorio revelando películas, de becaria. Me quedaba embobada escuchando a directores como Bardem o Fernán Gómez y pensaba: “algún día trabajaré con vosotros”.
Hablando de sus inicios, ¿qué recuerdos tiene de su primera película, ‘Hagan juego, señoras’ (1964), dirigida por Marcel Ophüls?
Fue gracias a José Luis Dibildos, mi representante, que me buscó esta coproducción con un actor francés. Al principio alternaba el cine con más papeles en teatro, en esa época hice ‘Gofus de Roma’, con José Luis Paul. Y con televisión también, entonces ya llegaban las series, todo en blanco y negro, claro. No fue hasta los años setenta que no tuve mejores ofertas para protagonista, como ‘Las señoritas de las malas compañías’, con un repartazo tremendo. Lo simultaneaba todo, no puedes imaginar qué ritmo de trabajo. Y en ese momento que la productora de Dibildos buscaba una actriz para darle un bautismo cinematográfico definitivo. Y así me convertí en la “musa de la tercera vía”, ¿qué te parece? ¡Así contado no parece nada! [risas]
Y en plena Transición, además. Por cierto, ¿cómo se lleva con ese título?
Mira, la verdad, yo quería ser una actriz seria, como si la que es sexy no lo fuera. Pero yo quería hacer de Bernarda Alba y Elektra. Pasa que tenía muy buen palmito y estábamos en un momento delicado. Entonces nos empezaron a quitarnos la ropa a todas. ¡Con lo pudorosa que soy! Así que me quedé con esa denominación, de musa y de mujer erótica, aunque a mí no me gustara nada. Ahora ya no tengo que demostrar nada, pero cuando eres joven como que no te toman en serio. Guapa y tonta era lo que se decía, ¿no? Eso lo he pagado mucho. También he hecho papeles más reivindicativos, pero jamás me he quitado la etiqueta esa de “sí, pero se desnuda en las películas”. Como si fuese pecado mortal en el cine.
Porque, Mª Luisa, ¿trata igual el cine a los hombres que a las mujeres?
Ellos no tienen que desnudarse para demostrar nada. Nunca nos han tratado igual, las mujeres siempre salimos peor paradas. Ha sido mi lucha constante. Me pasé una época pensando a cada rato a ver si me ofrecían un papel en una película más sesuda para salir de ese estereotipo. Aunque, siendo justa, gracias al destape pude trabajar con grandes directores y contribuir a un cambio social gracias al cine.
Así que el destape influyó en sus oportunidades laborales. ¿Se sintió encasillada en algún momento?
Claro, no lo voy a negar. Mira, una vez Elías Querejeta me dijo que no daba el tipo para un papel de campesina de pueblo porque era demasiado guapa y no me iban a creer. ¡Cómo te quedas! Ahora sí, en el teatro he hecho papelazos. ‘Antígona’ en Mérida, casi nada. Pero también a Lope de Vega, a Calderón...
¿Y cómo ve el cine ahora? ¿Ha notado alguna evolución respecto a los prejuicios de género?
Afortunadamente las cosas están cambiando, sí. Ahora se está haciendo mucho contenido social con unos papeles tremendos. ¡Ay, me muero de envidia! Sana, ¿eh? Y está evolucionando también en cuanto a la edad de la mujer, que antes quedábamos en un limbo cuando ya no éramos tan jovencitas pero tampoco dábamos para hacer de señoras. Por suerte, ya no te vuelves invisible cuando cumples los 50. Qué gozo, de verdad. Me gusta esta nueva ola de realizadoras que aportan perspectiva de género al cine, con historias hechas por y para las mujeres.
Sacristán ha sido su pareja cinematográfica en nada menos que nueve películas. Con él hizo una obra de culto de nuestro cine, ‘El diputado’.
Pepe [Sacristán] es como mi hermano. Cuando rodamos ‘El diputado’ no teníamos ni idea de lo que teníamos entre manos. A ver, sabíamos que el tema era complicado, y la película fue elevadísima. Creo que en la actualidad no podría salir una película así, en ese sentido, ha habido más retroceso. Pero en el 77 sentíamos la libertad que te daba poder describir lo que pasaba en el mundo. Hubo amenaza en el estreno, pero no me arrepiento. Fue un placer participar en esta historia.
Ha trabajado con Eloy de la Iglesia, con Carlos Saura, ha hecho cine, teatro, televisión..., pero siempre ha tenido una actitud de “querer más”. ¿Le queda algún sueño por cumplir?
Tengo que ser honesta conmigo misma y con mi carrera: yo he cumplido todos mis sueños en el cine y no me arrepiento de nada de lo que he hecho. He tenido una vida privilegiada llena de portadas de revistas y sobre el escenario. He podido vivir de lo que me gustaba y eso no tiene precio. Siempre hay que valorar los pros y los contras de todo, y se puede decir que yo he triunfado, aunque me dé vergüenza reconocerlo. Este oficio es un regalo que todavía estoy disfrutando, así que solo puedo estar agradecida con la vida que me ha dado el cine.