Protagonista Alberto Morais
Con elementos religiosos y una estética rural, la película de Alberto Morais aborda los límites del fracaso y la desesperanza
CARMEN ALCARAZ
Hace 17 años que presentó en el Festival de Málaga ‘Un lugar en el cine’, su ópera prima. ¿Qué supone para usted volver al certamen?
Estoy muy contento porque es el festival de cine español e iberoamericano más importante del mundo, diría yo. Además, tiene una gran diversidad de secciones, con diferentes narrativas, y un concurso con propuestas que van desde unas más autorales a otras de vocaciones más comerciales. Ha evolucionado muy bien y es un certamen muy rico y variado.
Sus películas han sido seleccionadas en festivales tan importantes como el de Moscú, en el caso de ‘Los chicos del puerto’ y ‘Las olas’ o Montreal, donde se estrenó ‘La madre’. ¿Se considera un director de festivales?
El objetivo de todo cineasta al hacer una película es que la vea el mayor público posible. En ese sentido yo he tenido mucha suerte a nivel internacional y mis películas han participado, como dices, en muchos festivales como los de Moscú, Toronto, Montreal, Cannes o la SEMINCI, entre otros, con muy buena acogida en general. Luego está la parte más comercial, que es la exhibición en salas o su repercusión en premios nacionales, donde ya ha sido más desigual. ‘La madre’, por ejemplo, estuvo más tiempo en salas en Francia que en España. Pero mis películas han viajado muy bien y me siento muy orgulloso de ello.
Es curioso porque son películas que, aunque tratan temas universales, tienen un componente fuerte cultural. ¿A qué cree que se debe su éxito fuera de España?
‘Un lugar en el cine’, la película que inaugura mi filmografía, trata temas como el neorrealismo y la transición de este a la modernidad cinematográfica. El neorrealismo habla de lo que significa, después de la Segunda Guerra Mundial, hacer cine de corte humanista. Y si algo atraviesa mis películas, sobre todo esta última que voy a presentar en Málaga, es ese neorrealismo del que hablaba Rossellini, que decía: «Me preguntan que si soy el padre del neorrealismo. No lo sé. Lo único que puedo decir es que para mí el neorrealismo es amar al prójimo». Es un concepto religioso y, aunque yo no lo sea, se adapta muy bien a la película que he hecho. De hecho he cogido elementos de carácter místico para explicar ciertas cosas, porque necesitaba acudir a nuestra cultura católica y apropiarme de sus elementos narrativos para contar la historia.
‘La terra negra (La tierra negra)’ está ubicada en la Valencia rural pero podría extrapolarse a muchas otras zonas de interior, pobladas de personajes agrestes.
Sí, realmente podrían ser zonas rurales de cualquier sitio, porque no se establece un criterio geográfico concreto. Podrían haber ocurrido incluso en Francia. La película juega con elementos que son más fáciles de contar en el campo por la relación de los personajes. Pero yo, aunque soy nacido en Valladolid, me crie en Valencia y me gusta mucho rodar en valenciano.
¿Cómo consigue ese lenguaje sin palabras?
Es curioso porque esta película tiene más diálogos que las anteriores. Desde mi perspectiva creo que es un filme muy hablado. En cualquier caso considero que el cine es el arte de la mostración, por lo que muchas veces no necesito escribir diálogos para contar las cosas. En eso se basa mi cine.
En este sentido la película cuenta con planos que, incluso sin que estén presentes los protagonistas, consiguen introducir al espectador en la historia.
Sí, yo entiendo el cine como un trabajo de espacios. Hay un libro muy interesante, ‘Especies de espacios’, de Georges Perec, que aborda el concepto físico de estos. Los espacios son personajes que cuentan mucho sin necesidad de intérpretes que los consuman. Por ejemplo, yo utilizo muchos planos fijos para que el ambiente cobre fuerza. Si fuera todo plano secuencia, con mucho movimiento de cámara, se convertirían en un decorado de fondo, porque tienes que seguir a los personajes. Con los planos fijos les das más tiempo y presencia.
Sus películas son un reflejo de su época, y en esta queda la sensación de la lucha contra la desesperanza. ¿Estamos en este momento vital como sociedad?
Creo que sí. La idea parte de dos personas que conocí. Miquel (Sergi López), que es como el Cordero de Dios, va a un sitio para modificar el espacio de las cosas, con un elemento simbólico religioso. Se basa en un amigo asturiano que se sentía desplazado y era como un paria. Y por otro lado María (Laila Marull), es una mujer que había trabajado toda su vida en un montón de cosas y que, casi con 50 años, se sentía fracasada. Es el mito que nos vendieron de que si estudiabas mucho y te esforzabas, conseguirías ese preciado ascenso social. Pero eso a veces no se cumple. La sensación que queda es preguntarse qué ha pasado, cómo hemos perdido esa posibilidad de construir nuestra historia y alcanzar el éxito a medida que se ha implementado un modelo de sociedad que cada vez piensa menos en el colectivo y más en el individuo.
‘La terra negra (La tierra negra)’
María trabaja con su hermano Ángel en un negocio familiar, el molino industrial del pueblo, que abandonó hace años. Ella, desterrada de todo, se afana metódicamente para sobrevivir mientras los amigos de Ángel contemplan con satisfacción el regreso de María, saboreando su fracaso vital. Ángel contrata a Miquel, y entre él y María nace una admiración mutua. La presencia del extranjero causa temor porque Miquel ha estado en la cárcel y además hay algo místico en él capaz de influir en los demás.
LUNES 17 TEATRO CERVANTES 18.30 HORAS