Protagonista Gerardo Minutti
El uruguayo Gerardo Minutti acude a la competición con su primera película, una cinta sobre vecinos, rivalidades y secretos
Jesús Zotano
Estrena su ópera prima en el marco de la competición del Festival de Málaga. ¿Cómo se siente ante este momento?
Muy emocionado y contento. La invitación del Festival nos ha hecho muy felices. Creo que este certamen ha crecido muchísimo en los últimos años y le está dado al cine español y al latinoamericano un lugar de enorme relevancia. Poder estrenar una ópera prima aquí es un excelente punto de partida. Siento que Málaga es uno de esos lugares en los que la ciudad vive el cine y forma parte del Festival, generando una comunión muy especial.
¿Esta historia en la que un favor entre vecinos acaba enfrentando a dos familias tiene origen biográfico?
No he pasado por algo parecido, pero sí que tiene algo de conexión con mi experiencia de vida y con el lugar en el que crecí. Sobre todo, tiene que ver con el barrio que aparece en la película, que viene a ser un personaje más, y con esas vivencias de familias vecinas de casas linderas. Después, lo episódico de la historia tiene que ver más con el terreno de la ficción. Es una película que habla de dos familias vecinas que conviven de forma correcta y que, a partir de algunos hechos que forman parte de la cotidianidad, comienzan a evidenciarse sus pequeñas miserias. Yo siento que estas pequeñas miserias son bastante comunes a todos y que, de alguna manera, nos acaban definiendo como personas. Es una historia que habla de los vínculos más cercanos, desde nuestras familias a nuestros vecinos, y de la forma que elegimos para vincularnos con ese entorno cuando sucede un hecho que altera la rutina y que nos pone en tensión. Muchas veces, esas formas que elegimos incluyen secretos, mentiras… Es una manera de jugar un poco con ese lado de la condición humana que yo siento que es más imperfecta y turbia. También, en esa mirada de la película hay algo de saber cómo nos medimos con nuestro entorno más cercano. La mirada del otro, del que tenemos al lado, está muy presente en esta historia.
Sostiene que hay envidia, violencia, tentación…, entre estas familias y también de códigos no escritos que forman parte de nuestra vida cotidiana. ¿A qué se refiere?
Sí, cuando uno establece vivencias cotidianas, algo que todos tenemos, ya que todos vivimos en barrios y tenemos vecinos, existen determinados códigos que no aparecen en ese vínculo. Por ejemplo, cuando el vecino está hasta las cinco de la mañana con la música a tope, a la mañana siguiente lo miro de mala gana, pero no le digo nada. En verdad le quiero decir de todo, pero no se lo digo…
Bueno, si es algo puntual. Supongo que esa acción da carta blanca al otro a organizar un día una fiesta en su casa sin recibir quejas…
Exacto. Al final es un equilibrio. Hay algunas cosas muy sutiles que ocurren en estas familias, como pequeñas envidias, que claramente no salen a la superficie en la charla cotidiana que tenemos con ese vecino, pero que sí están presenten dentro de nuestras casas. Y me parece que la película resalta que esos códigos no escritos, esas envidias, no nos hacen malas personas, sino que nos humanizan. Porque evidencian una parte de la condición humana que tiene que ver con la referencia del otro.
¿Cómo ha tratado el tono de esta historia que, a priori, podría dar para una hilarante comedia de enredo?
De hecho, mi mayor obsesión en todo el trabajo previo, desde el guion hasta el rodaje, era el tono. En la película está muy calibrado. Precisamente porque si se iba hacia un extremo llegaba a un lugar que a mí no me interesaba. Y si se iba hacia el otro, ocurría lo mismo. Hay un montón de elementos en la película que están construidos para mantener ese tono. El trabajo con los actores fue otra de mis preocupaciones, ya que si no encontrábamos el tono justo se transformaba en un película distinta.
¿Y ha tenido referentes a la hora de diseñar el ambiente o la estética de la historia?
Por nombrar algunas referencias uruguayas, la geografía que representa ‘25 Watts’, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, la parte del barrio que muestra esa película es una referencia. Porque muestra un Montevideo que no es habitual y porque el estilo arquitectónico me gustaba mucho. Y después, en lo literario, siento que hay algo de la escritura de Juan Carlos Onetti en la exploración de estos personajes con cierto grado de miseria humana. También hay determinadas cosas del cine argentino.
¿Qué momento vive el cine en su país?
Somos un país pequeño y en el que los esfuerzos para poder hacer cine son grandes. Hasta nos da cosa decir que tenemos una industria porque esa palabra nos queda un poco grande. Siento que, por suerte, el cine uruguayo ha crecido en los últimos años, y no solo en volumen de películas, sino en la aparición de nuevas miradas, nuevos directores y directoras que pueden levantar su primera película y llegar a hacer una segunda. Lo importante es que se está dando una cinematografía que comienza a crecer y que lo hace de forma sostenida. Me gusta mucho el cine de Stoll y Rebella, por su puesto, pero también hay voces nuevas, como Lucía Garibaldi, muy interesantes. Lo que a mí me interesa son autores que tienen una mirada y una identidad a la hora de tratar sus historias.